Correspondencia
Antonio Crespo
Foix
Aerium
Galería
Michel Soskine Inc.
Calle
General Castaños, 9, Madrid 28004
25.11.2021
– 29-01-2022
Correspondencia
Mike Batista Ríos
En mis auriculares suenan los pianos de Vladimir Martynov y Georgs Pelēcis dándose la réplica, en un álbum que traduce su fecunda relación epistolar con partituras que puedo imaginar viajando de Riga a Moscú y viceversa. Así, bajo la lluvia de noviembre, llego a la galería Michel Soskine para ver las esculturas más recientes de Antonio Crespo Foix (Ciudad Real, 1953), y por un segundo la atmósfera sobria y cálida de la sala se alía con la música tiñéndolo todo de cierta solemnidad.
Estas esculturas con vocación de levedad —como las partituras de Martynov y Pelēcis— son, en palabras del autor «un elogio a la fragilidad» que se percibe en materiales como el alambre, los pequeños restos de cáñamo, bambú, algodón, y especialmente en los vilanos típicos del campo de Castilla La Mancha. La inclusión de las obras en vitrinas potencia la sensación de vulnerabilidad y preciosismo que la galería ha querido equilibrar con un entorno neutro y una iluminación sobria, lejos del dramatismo propio de una exposición de joyas.
A primera vista podría parecer que hay un paralelismo formal entre el trabajo de Crespo y la calidez de las marañas aéreas de Eva Hesse. Sin embargo, la impronta de nuestro artista no resulta en absoluto visceral. Se trata de un trabajo comedido y minucioso que parte de bocetos en malla metálica que suspende para evaluar las proporciones y explorar las posibilidades del volumen. Ya desde este punto su obra se opone a la tradición escultórica de piezas sólidas y compactas, para desarrollarse pacientemente con tramas que él mismo teje, trenza, suelda o ata en distintos estratos; añadiendo el vector tiempo a un trabajo que se revela sólo cuando es recorrido desde distintos ángulos y la luz juega con las sombras y reflejos del material. Pensando en otros posibles parentescos que relacionen su trabajo con la tradición de la escultura aérea, cabría destacar a Calder o a Adolfo Schlosser con sus piezas helicoidales que también recuerdan a semillas voladoras. Y en el contexto español a escultores como Ángel Ferrant y sus objetos encontrados que quieren despegar en busca del aire, al barcelonés Moisés Villèlia —también representado por Michel Soskine— que construye sus móviles recurriendo también a tramas y urdimbres.
Aunque Antonio Crespo rechaza tener una narrativa unívoca que pueda explicar su conjunto de obras, no es menos cierto que hay dos acordes que se repiten con frecuencia al recorrer las salas de esta muestra. La urdimbre y la nube. Las urdimbres crean tejidos que parecen corresponder sutilmente a conexiones neuronales —o según dice el artista «ideas evanescentes»— como en Cuerpo y bruma I y II; pero también a tejido celular como en Vinculación aérea, donde dos cuerpos se interrelacionan fugazmente. Asimismo estas urdimbres presentan una dualidad: atrapan contenidos —como los vilanos— para que no escapen de su interior, pero también permiten cobrar forma a todo lo infraleve que está a punto de desvanecerse y esfumarse. En último lugar parece pertinente acercarse a la idea de la nube, no solo como una forma en tránsito y proyectada en el tiempo, sino como elemento constitutivo del paisaje manchego, frecuentemente asolado por vientos y brumas tan fuertes que terminan marcando el carácter de sus habitantes de manera irremediable.
Dejo la galería pensando que este compendio de obras funciona como la correspondencia de Crespo con su entorno; componiendo sus cavilaciones con sutiles diferencias de matiz, afinando el tono aquí y allí, para seguir mejorando la misma melodía que le ha ocupado toda su carrera. Una melodía que suena cansadamente familiar.
Literaria. Bonita. Presentas más el perfil de la galería que el del artista. Al final uno no sabe si la exposición te ha gustado o si en realidad la detestas. Juan se escribe sin tilde.
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