Con pelos y señales: una insistente Sandra Gamarra en la Sala Alcalá 31
Buen gobierno
Sandra Gamarra Heshiki
Comisariado por Agustín Pérez Rubio
Sala Alcalá 31
c/Alcalá 31, 28014, Madrid
21 de septiembre de 2021 – 16 de enero de 2022
Con pelos y señales: una insistente Sandra Gamarra
en la Sala Alcalá 31
Por Clara Kozak
Hasta el 16 de enero, la Sala Alcalá
31 acoge a Sandra Gamarra Heshiki, una de las artistas peruanas contemporáneas
con mayor proyección internacional. Su obra está íntimamente ligada a la
pintura, como medio y como objeto de estudio, y con ella revisa los mecanismos que
han contribuido a construir una organización jerarquizada de las distintas
culturas.
La muestra, titulada Buen
Gobierno, ha sido comisariada por Agustín Pérez Rubio y remite a un texto
homónimo redactado hacia 1615 por el cronista amerindio Felipe Guamán Poma de
Ayala en Perú. El objetivo de este era comunicarle al rey de España, entonces
Felipe III, la necesidad que el gobierno virreinal tenía de una reforma, para
salvar a la colonia andina de la explotación y las mezclas raciales. Así, Gamarra
aboga por hacer de la exposición una reflexión crítica, pone en el punto de
mira el entramado institucional que ha perpetuado la colonialidad y enfrenta
los procesos de construcción de la historia de la Independencia, vista desde
ambos territorios (España y Abya Yala).
La primera sala, titulada Sala
del espejismo y configurada a modo de pinacoteca histórica, presenta dos
líneas de cuadros enfrentados, que narran dos lecturas distintas y animan a
cuestionar los relatos hegemónicos de la Historia. Puede que la más
significativa sea el Primer Desembarco de Colón en América, suceso que
Gamarra espeja con El descubrimiento de Europa. Juega con la apariencia
inacabada de la pintura para dirigir la mirada del espectador a lo largo de las
obras, y quebrar así la lectura eurocéntrica que siempre se ha hecho.
Llama la atención la pieza del
artesano peruano William Rojas, un poste de seguridad con sus cintas tejidas en
plata. No solo divide el lugar espacialmente, como lo hace la cordillera andina
a la que intenta hacer alusión su título (La gran divisoria), sino que potencia
aún más, si cabe, las diferencias entre los lados enfrentados.
A continuación, la segunda sala
nos recibe con un enorme “castillo de naipes”. Una pirámide dorada que revela
estar compuesta por pinturas de la Virgen del Cerro, una imagen muy común entre
los souvenirs de la zona de Cuzco. Gamarra, en colaboración con Mario Lezama,
Nely Pumayali y Sergio Collanque, recupera esta reproducción tan popular de la
etapa virreinal para hacer referencia a la montaña como lugar sagrado y a la tierra
virgen como espacio que aguarda ser explotado.
Esta Sala de Reconocimiento
ironiza sobre los modos de organización y clasificación que utilizan los museos
etnográficos europeos. En los expositores I, II, III y IV (2021) observamos
imágenes pintadas de cerámicas y fragmentos de utensilios. Objetos
desarraigados de su contexto y clasificados de manera frívola, por colores,
tamaño o material. Gamarra ya usó, de manera muy oportuna, la vitrina intervenida
con pintura como recurso artístico y crítico en 2018, con su exposición Rojo
Indio. Esta nueva vuelta de tuerca, sin embargo, no termina de convencer,
probablemente por el espejo interior que ha incorporado y que anima, sin agudeza
alguna, a pensar nuestro reflejo como objeto expositivo.
Rodeando a estas vitrinas, se
encuentra la serie Cuando las papas queman (patata caliente) (2021), una
de las más acertadas de Gamarra. Un total de 160 óleos retratan diversas
variedades de patata que ocultan tras de sí fragmentos del texto de Buen
Gobierno, silenciando los malestares que denunciaba Ayala. Le “pasa la
patata caliente” al espectador y prueba que aún no sabemos qué hacer con los
restos del legado colonial.
El recorrido por la planta baja
concluye con la Sala de Sustracción, donde se nos presenta un yacimiento
arqueológico. El valor de esta intervención reside en su situación con respecto
al resto de la muestra: colocados en el “ábside” de la Sala Alcalá 31, unos
cuadros boca abajo se arremolinan en el suelo formando una cruz andina, también
conocida como chakana, y contrastan con la típica planta europea de cruz
latina. El giro decolonial de Gamarra silencia estas pinturas academicistas
(bodegones, marinas y cuadros de mercadillo) dándoles la vuelta y generando una
suerte de ruina precolombina.
La exposición podría haber
concluido ahí, pero la artista opta por mostrar material adicional en las salas
superiores. En este epílogo combina sus trabajos con el de otros artistas y
genera un archivo histórico y comunal. Acierta en el uso de tocapus (escrituras
andinas precolombinas cuyo significado es aún indescifrable) sobre las
paredes blancas, puesto que hacen pensar en la convención occidental de que
cada inicio parte de la nada. Destaca que, para acabar, dirija su crítica
colonial a la actualidad y de algún modo manifieste que la historia siempre se
repite. No obstante, da la sensación de que a veces solo quiere rellenar los
huecos que le quedan. Peca de insistente al repetir algunas ideas que ya habían
quedado claras abajo, como pasa con la serie Cuando las papas queman.
Esto no quita que haya propuestas
remarcables. Elia Pauca presenta una serie de cuadros de medio formato ordenados
como una degradación de tonos que remiten a la piel. Nuestros ojos occidentales
creen ver pinturas vanguardistas, pero en realidad, son ponchos. También cabe
mencionar que expone las Pinturas de castas del virrey Amat (1761-1776),
dirigidas a Carlos III, que tenían como objetivo retratar la diversidad racial
y social propia del Virreinato de Perú.
En definitiva, a la muestra de
Gamarra le falta sutileza y le sobran metáforas. Su obra no deja de ser seductora.
Que cuestione los modos de exposición del museo occidental desde una
institución gestionada por la Comunidad de Madrid resulta hasta cómico. Pero un
mensaje tan masticado hará que el espectador termine su visita con una
sensación agridulce.
Muy bien. Me gusta. Aquí sí que hay una verdadera valoración de la exposición, Clara.
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