El color y sus espectros: de Newton a Kodachrome
Isabel Hernández-Gil Crespo
Comisarios: Miguel Ángel Delgado y María Santoyo
Lugar: Espacio Fundación Telefónica
Dirección: C/ Fuencarral, 3
Fechas: 16/06/2021 – 09/01/2022
A medio camino entre divulgación y experiencia inmersiva, la exposición “Color. El conocimiento de lo invisible” plantea una serie de preguntas acerca del color, sus usos, y sus representaciones en distintas disciplinas. Con amplios conocimientos de ciencia, tecnología, e historia del arte, los comisarios Miguel Ángel Delgado y María Santoyo construyen un discurso informado, aunque abiertamente ambiguo, acerca de su historia y su naturaleza: ¿existe?, y si lo hace, ¿es una impresión meramente subjetiva? ¿o es, por el contrario, analizable por la neurociencia, la psicología, o incluso las primitivas teorías de Goethe, Maxwell y Newton?
Entramos a la exposición de la mano de investigadores de distintas disciplinas, que nos explican los usos y curiosidades del color en el ámbito científico. A modo de introducción, las entrevistas resultan algo abruptas: la información nos bombardea desordenada y descontextualizada. Poco después, y algo desconcertados, la exposición nos lleva al siglo XVII, cuando Newton realizó uno de los experimentos fundacionales relacionados con el color. En su parte más histórica, el mismo planteamiento de la exposición se enfrenta a un dilema. Contando con numerosos ejemplares de tratados y representaciones cartográficas del color, los comisarios deben elegir entre estimular la sensibilidad del visitante o contribuir al discurso teórico y filosófico que finalmente dotaría de coherencia a la exposición. Delgado y Santoyo parecen decantarse por la primera opción. Refiriéndose a las teorías del color previas al descubrimiento de la síntesis aditiva de Maxwell, decretan que “estas ideas han perdido su credibilidad absoluta”, obviado así las aportaciones aún relevantes de los siglos XVII y XVIII – como la filosofía del color de Locke, Descartes y Hume – que justificarían el espacio dedicado a la historia de la teoría del color.
“Color. El conocimiento de lo invisible”.
Espacio Fundación Telefónica
Localizada en su corazón, “El color como invención” es la siguiente sección a la que nos dirige el espacio. Aunque aquí encontramos algunas de las obras de arte más importantes de la exposición – como cuadros de Yves Klein o Esteban Vicente – cuesta encontrar el hilo conductor. Se habla, a veces, del uso autorreferencial y propagandístico de distintos colores – como es el caso de Klein, de Levi Strauss o Balenciaga – y otras se exponen usos meramente pragmáticos de tintes y técnicas de pigmentación. Su relación, por ejemplo, con la catalogación de algas, o con la brillante composición de fotografías celestes de Cristina Garrido, es difícil de seguir. De haberse ligado directamente al discurso de la sección anterior, donde se hablaba de Goethe como influencia central en el estudio del color como recurso artístico, habría sido más fácil entender su relevancia. La variabilidad de la simbología cromática parece más un pretexto forzado que una invitación a la reflexión del visitante, como pretende ser la exposición.
La sección dedicada al cine y la fotografía es quizás la más formativa discursivamente, aunque parece independiente de las anteriores. La exposición hace un recorrido histórico de la evolución de la fotografía, describiendo su técnica desde la primera fotografía de Maxwell hasta la irrupción de la fotografía digital en 1990, pasando por los avances de Ramón y Cajal. De forma análoga, se proyectan películas como El mago de Oz, Vértigo, y Matrix: grandes referentes en los que el verde se utiliza para representar el engaño, la incertidumbre, y la esperanza, contribuyendo a la ya iniciada genealogía simbólica.
En la serie de retratos The Warmth, la artista italiana Roselena Ramistella inmortaliza, con una cámara térmica, el calor corporal de personas refugiadas al compartir sus relatos vitales. Las emociones retratadas, sin embargo, no llegan al otro lado de la fotografía, sino que nos dejan paradójicamente fríos. Y a pesar de los vibrantes morados, naranjas, y azules, la coherencia de la exposición vuelve a verse comprometida: si bien ésta intentaba devolvernos a la subjetividad del color y su significado colectivo, aquí el color representa una barrera entre el espectador y el sujeto representado, del cual apenas vemos la silueta.
Roselena Ramistella, The warmth, 2018-2021
©Archivo Fotográfico Museo Esteban de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, Segovia.
¿Qué quiere decirnos la exposición, entonces, acerca de nuestra propia relación con el color, si es que nos quiere decir algo? Esa es la pregunta que se nos plantea en la última sección, donde se proyectan diferentes combinaciones de color una instalación inmersiva de Onionlab. Nos invita a comprobar si en este punto, saturados de información y experiencias estéticas independientes, nos invade la ira, la tristeza, la emoción o la esperanza. En este momento, el discurso de la exposición cae por su propio peso. Si el anterior recorrido trataba precisamente de ligar el color a su contexto, fuese cultural, científico o técnico, ahora comprobamos que nuestra relación con el color está también ligada a las estructuras que lo rodean, a los objetos e imágenes de las que forman parte y a las narrativas en las que encajan histórica y simbólicamente. La pregunta: “¿qué emoción me transmite el color rojo?” no puede responderse de forma individual y estática, sino que debe enmarcarse en un espacio sociocultural determinado.
La dificultad de evaluar “Color. El conocimiento de lo invisible” se debe, en parte, a su carácter experimental e interdisciplinar, pero también a la falta de claridad a la hora de definir un discurso. Las primeras teorías del color pecaban de abordarlo como una idea única y coherente, y si la exposición demuestra algo, es que el concepto del color se ha refractado en miríadas de ángulos desde los que estudiarlo: no es, como sugiere Santoyo, que el color sea un concepto difícil de definir, sino que su análisis conceptual y ontológico no debe confundirse con el reduccionismo científico; tampoco es equiparable la historia de sus aplicaciones técnicas a la de su simbología. En suma, intentar volver a aunar los rayos refractados en un discurso claro es una ambición ingenua. A modo de visita guiada o conferencia, el discurso de la exposición podría resultar entretenido. Sin embargo, la misma información, intercalada con incontables piezas inconexas, resulta anecdótica, y a veces inexacta. Mientras que, estéticamente, la experiencia de la visita es placentera, el discurso es vacío y pretenciosamente filosófico, disimulando a duras penas la falta de coherencia de la exposición.
Isabel Hernández-Gil Crespo
Tienes toda la razón Isabel: el discurso era confuso y pretencioso. En cualquier caso, la exposición estaba muy bien. A mí me gustó mucho. Pero tu crítica es muy correcta. Estupenda y muy bien escrita.
ResponderEliminar